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PETTER TITLAND

Brigada de solidaridad en Brasil 2007



La música latina nunca me había gustado. Era imposible imaginarme escuchando salsa, zumba, reggaetón o bandas vaqueras. Buena onda, pero lo relacionaba con la obligación o el alcohol.

Mis compañeras de estudio escuchaban música para aprender español. Su facilidad para pronunciar las palabras latinas me irritaba. Al irme a Brasil con el Comité Noruego de Solidaridad con América Latina (LAG), descubrí que el portugués me resultaba más fácil. Hablaban más despacio ¡Y pronunciaban guturalmente la ¡erre! ¡Justo como yo!

En el campo brasilero viví con personas que habían obtenido su tierra a través de organizarse en el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST). Ellas lograron que un montón de jóvenes noruegos amen la tierra. El idioma portugués creció lentamente dentro de nosotros, descubrí que Brasil era un país gigantesco. Las distancias entre la gente eran grandes. La ciudad odiaba al campo y el campo temía a la ciudad. Se trataba de diferencias de clase y pobreza políticamente dirigida. Pero lo más agobiante eran las distancias. Pasábamos días en un bus y parecía que no avanzábamos.

Después de unos meses descubrí que la geografía tenía un sonido. Las tierras cultivadas, las llanuras, los frijoles y el arroz diarios, el fogón de las cinco, las excavadoras y tanques entrando al campamento, la masacre de 19 campesinos que simplemente luchaban por una vivienda. El mar cuando se oscurece, sillas de plástico amarillas en la vereda y té de hierbas con bombillas de metal. Me había convertido en las chicas noruegas de las clases de español. La música de los lugares donde me quedaba, se hizo parte de mí y formaba parte de las personas que conocí.

Cuando diez años después el militar nostálgico de la dictadura, Jair Bolsonaro, fue electo presidente, puse un disco de Chico Buarque bien fuerte. Me imaginaba a mis amiges en Brasil haciendo un fogón y pensando en su país. Buarque canta sobre comer frijoles y arroz como si fueras un príncipe, sobre descansar como si fuera un sábado. Mientras los incendios, los más grandes que jamás se hayan visto, arrasaron el Amazonas y Bolsonaro se burlaba de la pandemia, era como si escuchara a Buarque colmar la casa de los brasileros.

Los brasileros más viejos que yo tenían recuerdos de la dictadura militar. Buarque era parte de una generación que creció en dictadura, al igual que el MST. Cuando hoy lo escucho cantar, pienso que les brasileres, cada mañana, están forzados a enfrentar a Bolsonaro. Ellos son los que tienen que lidiar con la destrucción del Amazonas. En Noruega podemos negociar con Brasil tratados de comercio y pretender que nada malo ocurre.

Pienso que mis conocidas de Brasil están escuchando música de Chico Buarque y me pone contento. Me dan ganas de mandarles un mensaje y preguntarles cómo andan.